6 de abril de 2016

nancy

para contar esta historia debo dar un poco de contexto: en el verano del 2015 me pasó algo muy malo. mi existencia iba bien, estaba viviendo en una ciudad que adoro con gente que adoro, tenía un buen novio, un trbaajo decente y bien pagado y de hecho estaba esperando una bonificación muy bonita para ese fin de año. no había nada especialmente malo conmigo además de esa pequeña insatisfacción adherente a la vida que todos sentimos. un día, comencé a  sentirme mal. me dolía la cabeza, dejé de comer, like, literal literal me saltaba mis comidas porque me daba flojera o se me olvidaba que tenía de comer, me sentía desganada, dormía muchísimo y dejé de bañarme. otro día en la mañana llamé al trabajo para avisar que estaba enferma y que no podía ir. y eso fue todo. no fui ese día, luego tampoco el siguiente, luego era fin de semana, luego no regresé el lunes. en el trabajo me buscaron como locos pero como soy foránea no tengo muchos contactos acá, nadie que me rastree. me desaparecí. fue super sencillo, de hecho. al mismo tiempo, me extrañó mucho de mí misma porque si bien no soy la más responsable, sí soy el tipo de persona que se aparece en el trabajo aunque esté muriendo. 

no sé cómo funcione la depresión, no sé si haya sido eso pues nunca fui al médico pues parte de mi condición era no tener nadita de ganas de levantarme de la cama. de pronto mis cobijas pesaban kilos y no me las podía quitar de encima y luego se volvieron parte de mi piel. también fue muy fácil disimularlo. mi roomie se iba temprano a trabajar y cuando regresaba yo pretendía haber ido al trabajo, al novio lo veía sólo unos días a la semana, los fines, y por un tiempo conseguí convencerlo de que no tenía ganas de salir o estaba enferma o tenía ganas de tener sexo en la cocina, lo cual siempre lo hacía venir a mí. 

después de cuatro semanas me asusté. estaba bajando drásticamente de peso, no estaba nada bien de mi cabeza, estaba pensando cosas que me asustaban, oyendo voces, viéndome a mí misma por la ventana tomando el camión en la calle, todo muy chistoso. además sabía que el dinero no me iba a durar toda la vida, tampoco soy rica como para poder financiar una depresión. 

el día en que sucedió lo que voy a contar yo estaba a punto de volverme loca. tenía muchas ganas de morirme y sabía que si me quedaba sola en casa, lo haría. entonces llamé al novio para decirle que comiéramos juntos. era un día soleado, triste el mundo, triste yo. novio trabajaba por metro chapultepec y fuimos a una fondita para oficinistas y olía a oficinista: perfume barato, sudor y cigarro. me sentía muy mal pero actué normal y sonreí lo más que pude. él regresó al trabajo y yo decidí caminar todo pasea de la reforma, pensé que me haría bien. el paseo de la reforma es muy largo pero tiene una vista muy bonita. me gustó ver a los desempleados sentados en las bancas, a los trabajadores amontonados en los camiones, a los ciclistas, me gustó ver el tráfico, ver todo eso y me gustó pensar que yo no estaba siendo parte de nada de eso. me detuve en un semáforo en rojo para cruzar la calle y un tipo alto se detiene a mi lado. ¿estás bien?, me preguntó. ¿qué?, le dije, que si estás bien, te ves enojada, me dijo. sonreí y le dije que estaba bien. sonríes muy bonito, deberías hacerlo más, me dijo. me reí, dije gracias, y seguí caminando. dos cuadras después me alcanzó. caminas muy rápido, me tardé en alcanzarte, me dijo sonriendo. lo miré: era alto, moreno, calvo, vestía un traje muy elegante y tenía acento extranjero. me llamo luis, se presentó. me llamo maría, mentí. ¿para dónde vas, maría? hacia la alameda, ah yo voy aquí adelante, vivo cerca, ¿puedo caminar contigo, maría? está bien, dije. comenzó a hacer y responder preguntas: trabajaba en la embajada americana, vivía solo sobre esa misma avenida, le gustaba bailar, le encantaba el d.f. aunque sólo habíaâ visto la parte bonita porque en el trabajo no lo dejaban salir de esa área, su edificio tenía alberca y gimnasio, me lo presumió mucho. yo inventé que era maestra y que venía del trabajo y que era más joven de lo que en realidad soy (siempre me creen). aquí vivo yo, me dijo. estábamos frente a un edificio de lujo, de esos que parecen hoteles y tienen guardias a la entrada y muchísimos pisos y seguro un penthouse. ¿quieres subir? me preguntó, te muestro la alberca y el gym, y la vista, que es muy bonita. 

lo consideré. más contexto: tengo un fetiche super raro con el interior de las casas ajenas. siempre que tengo la oportunidad me asomo al interior de las casas, lo cual es muy grosero, lo sé, pero no puedo evitarlo. si tuviera un superpoder, me gustaría ser invisible para poder meterme a las casas de las personas y verlas estar ahí, verlas mirar la tele, lavar sus platos, dormir. toda mi vida había querido ver el interior de uno de esos edificios de lujo, imaginarme a la gente que ahí vive, sus rutinas. entonces mis opciones eran: entrar con luis el desconocido que tal vez fuera un asesino en serie, demente violador, y correr el riesgo de que me matara, lo cual estaba bien porque de todos modos yo estaba queriendo morirme un chingo ese día, right? o entrar y que me violara o hiciera algo malo sin matarme y pues podía bajar y avisar a los guardias. a mi parecer, it was a win-win situation. claro! subamos, le dije.

en el elevador yo le iba platicando de las montañas que había en mi ciudad natal. llegamos al piso de la alberca: hermosa, había un jardincito con sillas y mesas y plantas de verdad para que la gente se sentara a leer, había un sauna y un gimnasio y un spa. cuando vengas a visitarme te puedes quedar todo el tiempo que quieras, me dijo luis el desconocido. me hubiera gustado la idea de haber estado en un mejor estado de ánimo. vamos a la azotea, le dije. subimos. la azotea estaba sola, podía ver toda la ciudad. el bosque de chapultepec, paseo de la reforma. las personas hormiga. la ciudad hormiga. ¿me sentiría igual de mal si estuviera viviendo ahí, así? me pregunté a mí misma. 

¿te sentirías igual de mal si vivieras así?, me preguntó luis.

lo miré. estaba al borde del edificio, sobre una cornisa. de pie, brazos extendidos, ojos cerrados. el viento soplaba suave, todo muy bonito.

no sé si saltó o sólo quería asustarme. me fui. salí sola del edificio. caminé hasta la alameda y tomé el metro a casa. el metro olía a metro: sudor, carne y muerte.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

nada de eso te pasó, solo lo inventaste para darme celos y porque está bonito. Zorris.

zeltzin dijo...

Claro que no me pasó. Esto no es un diario.

Anónimo dijo...

uff que bueno que lo dices ya no aguantaba los celos baby