21 de agosto de 2018

viernes

el viernes fue ayer pero aquí lo narro. tuve que levantarme ligeramente más temprano para ir al trabajo. me puse un pantalón brinca charcos, una blusa amarilla y mis botines negros. todo bien. tuvimos un curso en el que lloramos todos otra vez. a la directora le encanta hacernos ir a terapias de grupo para sacar nuestras frustraciones y hacernos llorar. lo entiendo, entiendo que puede que se sientan bien y generalmente funcionan, pero ¿por qué quieren hacernos llorar tanto? me caga llorar. la verdad al final resultó lindo, aprendí cosas y etcétera. luego era hora de arreglar los salones porque el próximo lunes regresan los niños a clases. yo no tengo salón, así que no arreglé nada así que me mandaron a coyoacán a sacar mi constancia. me tardé una hora exacta en llegar. me gusta caminar por las calles de las colonias de coyoacán, son preciosas. llegué a la secretaría, hice mi trámite, me dijeron maestra todo el tiempo, lo cual estuvo lindo porque me recordó a cuando iba con papá al sindicato o con mamá a la clínica y todos se decían maestros entre sí, porque, pues, todos eran maestros a pesar de estar en un hospital o en un edificio de oficinas, como que me da una sensación de pertenencia y eso es bonito. saliendo de las callecitas de coyoacán me dio hambre y llegué a un carls jr a comer, pedí unas chicken tender que no estaban tan ricas en esta ocasión y me arrepentí en seguida pensando que había podido ir a comer a cualquier fondita fresona del centro de coyoacán. no tenía datos de internet no sé por qué, y me urgía mandar mensaje a mis jefas para que estuvieran enteradas de lo del trámite, entonces llegué a una farmacia a poner saldo. eran las tres de la tarde y yo estaba contenta de ser libre y andar en la calle en horario de trabajo así que se me ocurrieron dos opciones: seguir caminando a ver a dónde llegaba o tomar un camión e irme a casa. me dolían un poco los pies por los botines pero decidí seguir caminando. caminé mucho y fui muy feliz. llegué a avenida méxico y etcétera y en ese punto decidí llegar a la cineteca. si hay una película que me guste, entro, me dije. había una que se llama sage-femme en el horario perfecto. me compré una soda, y entré a la sala. la película estaba muy linda y graciosa y tierna, la disfruté mucho. cuando salí, ya había empezado a llover, por fortuna siempre traigo mi paraguas. para regresar a casa, caminé al metro mientras me fumaba un cigarro. me gusta la sensación que me da después de ir a ver una película sola: me toco la cara para ver si todavía sigo existiendo y se siente pequeña. como que si vas acompañado al cine (que me encanta ir acompañada al cine) no te sales tanto de la realidad porque las personas, la conversación, el regreso a casa te mantienen anclado. si vas sola, no hay nada que te detenga. bien pudiste haber dejado de existir ahí mismo en la oscuridad de la sala, confundiendo la trama de la película con tu propia realidad. como cuando ibas al cine de pequeño y salías de la función sintiéndote power ranger o lo que sea que hayas ido a ver. es hermoso y triste. mi casa está a tres estaciones del metro de la cineteca, no hice mucho tiempo. cuando llegué aún no había nadie. una parte de mí quería que D ya hubiera llegado para que me extrañara un poco pero no, siempre llega tarde. esa va a ser nuestra maldición y temo que algún día se le vaya a hacer tarde para siempre, que su falta de premura nos desencante. pero otra parte de mí se puso contenta porque entonces la bellísima tarde de caminar por coyoacán, comer un carl's jr, ver una película bonita podía mantenerse como un secreto muy mío, no tanto ahora que lo he contado aquí, pero sí un secreto que guardo de él,  de ellos, como si tuviera una vida secreta que la gente que piensa que me conoce no sabe. nadie sabe que voy a la cineteca en las tardes lluviosas. cómo para qué decirles. 

No hay comentarios: