13 de junio de 2010

la decadencia de todas las cosas



Es mi película favorita, definitivamente. Siento que me como las imágenes con los ojos, como cuando devoras un libro, siento que mi cerebro es mi estómago y se me llena de escenas y de diálogos. También siento cosas poéticas. Para mí, ver una muchacha bonita es como ver una pintura, un atardecer, escuchar una canción, o cualquier otra cosa bella. En realidad no tiene nada que ver con lo sexual y pienso que la gente se tarda para entender eso.

El otro día estaba en la facultad y había una muchacha sentada en el zacatito a la sombra de un árbol, se le veía triste a pesar de que traía lentes de sol. Me senté a una distancia considerable pero aún así alcanzaba a ver sus expresiones. La verdad era bastante notorio que estaba triste y en seguida se adivinaba que era por cosas de amor, lo supe porque en ese mismo estado nos hemos encontrado yo y todas las de mi especie. Luego pude notar que estaba llorando. La muchacha sacó de su mochila varias cosas: primero un oso de peluche al cual abrazó con pena, luego una flauta que tocó por un rato, y finalmente una armónica con la cual acompañó perfectamente su momento de miseria. Poco después se encontró a una amiga y le pidió que se trajera el equipo de tae kwan do y se puso a dar patadas. Yo la verdad no pude dejar de sentir una revoltura de pena y ternura. La verdad estaba sonriendo. Juzgué un poco boba a la muchacha por exponer así una tisteza tan personal pero me dio gusto que la haya compartido conmigo y otros que se dignaran a ponerle atención. Yo le llamaría arte. Como un performance. También quería como abrazarla pero pude comprender que ella en ese momento lo único que quería era estar sola, llamar la atención y tirar patadas. Y no me gusta ser costal de nadie.

Hace meses tuve una compañera con el corazón destrozado. Antes del accidente ella era muy gritona y alegre. Después lo seguía siendo pero se le leía cierto desánimo no sólo en los ojos sino en todo el cuerpo. En cómo se sentaba, en cómo no se peinaba en las mañanas, en cómo pasaba las páginas del libro (y esto es muy cierto, yo no sabría explicarle cómo aunque me gustaría, es algo que se nota). Nada más la voz la mantenía firme y fuerte y le inyectaba ese ánimo en cada saludo, pero yo pienso que era para hacerle pensar a todos que estaba bien o creerlo ella misma aunque no fuera cierto.

Una vez lloré cuatro semanas seguidas, día por día. Iba a la escuela, si iba, con los ojos hinchados. Comía bien, pero dormía mucho y no porque estuviera cansada, más bien porque era una buena excusa para no llorar. Llegué al punto en que descubrí 11 tipos de llanto, tal vez haga una tesis al respecto, y ya no podía parpadear sin que me ardiera un poco. Podía reírme pero no sin sentirme mal, como si cada sonrisa me doliera mucho. Temía los trayectos en el camión porque eran momentos de reflexión en los que me amenazaba la tristeza y me da pena llorar en público. Tampoco escuchaba canciones tristes para sentirme mejor, lo califiqué de cliché y me daba un poco de asco así que en mi reproductor de música me pasaba cada canción que me recordara mi penoso estado. Fui al cine unas cuantas veces, fui a ver la película de Coco Chanel y lloré como imbécil sin justificación. No creo que la gente se haya dado cuenta de lo mal que me sentía y en realidad nadie demostró sentir pena por mí, algo que hubiera agradecido. Durante ese tiempo menstrué y ni siquiera me importó.

Creo que me arruino con cada rechazo tuyo.



2 comentarios:

Alejandra Arévalo dijo...

Eso del camión siempre me pasa, el pedo es que yo si lloro, se me salen las lagrimitas, casi siempre del ojo derecho, así que me siento del lado que ese ojo de a la ventana, así al menos, se verá poco.

Magrathea. dijo...

Es el bajón a la vida.